domingo, 28 de agosto de 2011

La Mujer Sirena


Querían que les acompañara a ver la atracción que llegaba a la feria y me gritaban, impacientes, desde la calle, que bajara.

-¡Venga! ¡Sandi! ¡Que no llegamos!- gritaban  a través del telefonillo. -¡Tranquilos, bajo en cinco minutos!, no seais impacientes, aún faltan dos horas para que empiece...- Les contesté, intentando calmarles un poco. Corrí a mi habitación, apagué el ordenador, me miré por última vez en el espejo, cogí el bolso y la cazadora y bajé corriendo las escaleras intentando no hacer esperar demasiado a mis amigos.

  Durante todo el trayecto hasta el lugar donde estaba instalada la feria, Ana, como siempre amenizó el camino con sus diversas bromas y chistes. Todos estábamos impacientes por llegar. En los carteles que anunciaban la feria, nos llamó la atención una de sus atracciones y todos estábamos excitados por lo misterioso del anuncio. En la adolescencia, las cosas insólitas despiertan los cinco sentidos y revolucionan la imaginación.
El plan era darse una vuelta por las casetas de tiro y montar en los autos de choque, donde descargaríamos adrenalina. Antes de marcharnos montaríamos en el tren del terror y en la noria, y después, embobados, nos apiñaríamos en torno a los trileros, quedando fascinados por la bolita que nunca estaba donde debía. Para el final dejamos lo que en realidad habíamos ido a ver y cuando llegamos, aun envalentonados, nos quedamos perplejos al leer un cartel junto a la taquilla.

- NO APTO PARA MENORES DE 18 -

Llenos de frustración nos miramos unos a otros sin saber que hacer ¿Nos lo íbamos a perder?

-Yo no voy ni en broma, que seguro que nos echan - exclamó Ana, como siempre bromeando con su estatura.

-Si queréis voy yo, pero por favor que alguien me acompañe - dije con desconfianza.

- Venga vale Sandi, yo te acompaño - me contestó Varo impaciente - venga, daros prisa, soltad el dinero, que se nos echa el tiempo encima - insistió.

Todos obedecimos y juntamos las monedas que nos quedaban. Esperaron a unos pasos de la cabina de tickets, mientras nosotros le echábamos morro al asunto. Para nuestro alivio, el encargado, nos entregó las entradas con una mirada llena de complicidad. El día anterior llovió durante toda la tarde y la recaudación de los feriantes fue pobre, así que hoy hacían la vista gorda. Pero, nosotros contentos por la victoria, fuimos corriendo a dar la buena noticia a los demás.

Nos incorporamos a la fila escuchando las arengas de un hombre vestido con levita polvorienta y bastón que agitaba como si de una batuta se tratase. Su voz teatral e impostada, le daba más pompa al discurso.

- ¡...Pasen y vean!! Nunca antes sus ojos han contemplado fenómenos como los que hemos reunido para ustedes! Venidas de todos los rincones del mundo, estas proezas de la naturaleza compartirán hoy sus secretos con aquellos valientes capaces de soportar su singularidad. ¡Amigo mío, si es usted débil de corazón, le ruego que no entre en la Casa de los Monstruos! aunque si lo hace, si vuelven a sus quehaceres sin cruzar la entrada de esta muestra de prodigios, seguirán viviendo en la ignorancia. Señores, esta es la última sesión, no apta para cobardes.

¡Como no íbamos a estar excitados ante tanta propuesta misteriosa!


Nada más entrar, la penumbra y un fuerte olor a lonas viejas y sudor me transportaron a un mundo extraño, lleno de murmullos y risitas histéricas. Me costaba estar quieta, e impaciente me fui haciendo sitio en la primera fila, frente a una tarima iluminada por un solo foco. Una pesada cortina roja ocultaba el fondo del escenario aunque las corrientes de aire la agitaban de vez en cuando.
El hombre de la levita se incorporó a la escenografía y dirigiéndose a los espectadores, les rogó silencio y a una señal de su bastón, el telón empezó a abrirse lentamente.

El desfile se inició con una cabra de dos cabezas que mantenía el equilibrio sobre un pódium adornado con estrellas de purpurina. Luego trajeron a unos chimpancés siameses encadenados por el cuello con argollas y después, encerrado en una jaula, un cocodrilo blanco al que lanzaron una gallina para que la devorara.
A esas alturas ya tenía los pelos de punta pero la segunda parte del espectáculo me reservaba emociones más fuertes e inexplicables.

Una mujer con larga barba que sostenía en sus brazos a un anciano diminuto, como si fuera un bebe, se colocó en el centro de la escena, no dijo nada, solo se exhibía asegurándose de que se le viera bien la cara al niño enfermo de progenia. Minutos más tarde se marchó por un lateral arrastrando su pesado vestido de época.

 Cuando la luz volvió a encenderse el Hombre Cíclope había tomado posesión de la tarima. Su único ojo aparecería muchas noches en mis sueños, durante años. Su deformidad genética también afectaba a la nariz y parte de la boca dándole el aspecto de sapo de un solo ojo. Se había tatuado la cara y el cuerpo con símbolos tribales y solo llevaba un taparrabos para cubrirse.

“Las Maravillas del Mundo” que esperábamos ver me estaban revolviendo el estomago, mire a mis compañeros con la esperanza de que alguno dijera que ya tenía bastante, pero nadie quería confesar su miedo, y yo no quise ser menos. Me prepare para el último pase mientras me subían las pulsaciones.

Apagaron el foco en cuanto el ciclope acabó su número y corrieron las cortinas. En la oscuridad escuchamos como, tras la tela, arrastraban algo pesado que hacía crujir los tablones del suelo y un profundo burbujeo acuático parecido al de los acuarios. Empezaba a faltarme el aire... - ¿Estás bien? - me susurró Varo, devolviéndome a la realidad. Las poleas chirriaban mientras descorrían el telón y la luz tomó un tono azulado para enseñarnos una gran pecera llena de agua, y sumergido en ella, una forma misteriosa se revolvía y golpeaba las paredes de cristal. Los espectadores dieron un paso atrás temiendo que el vidrio cediese y se levanto un murmullo ansioso. Natalia soltó un gritito ahogado y yo contenía como podía un escalofrió que me hacía temblar.

           Aumentaron la potencia del foco un poco más, lo justo para que pudiéramos ver al ser que buceaba en la urna.

El encargado de la caseta pidió silencio y nos rogó que nos tapáramos los oídos ya que si alguien se atrevía a escuchar la voz de la Mujer Sirena, perdería su alma y advirtió que como el Homérico Ulises debíamos ser fuertes y no ceder a su canto.

En la pecera una medio-mujer famélica, de torso blanco y arrugado, me miraba con grandes ojos de pez. De cintura para abajo era igual que las focas que había visto ilustradas en los libros. Abrió la boca y las burbujas  brotaron de su garganta. Apreté las palmas de las manos en mis oídos con todas mis fuerzas, pero el zumbido que provocaba con la presión no ahogó el canto de sirena.

Un agudo alarido, nada melódico, semejante al de la fricción de dos metales, iba aumentando de intensidad. Yo no se si surgían de su garganta o era un efecto sonoro, pero el caso es que poco a poco, los espectadores, fueron abandonando la carpa, agobiados por el sonido y la imposibilidad de eludirlo. La amenaza del feriante, también tenía su peso en la decisión de marcharse, pero yo, hipnotizada y aun a sabiendas de que todo debía de ser un truco, me mantuve inmóvil, con las manos apretándome el cráneo.

Entre burbujas y gorgoteos escuché con claridad:

-CUENTA LO QUE VISTE, CUENTA LO QUE VES...Y LO QUE IMAGINES-

Sentí como me agarraban del brazo y tiraban de mí. Varo y Ana me arrastraban fuera de la caseta terriblemente asustados, junto a los otros. A trompicones, casi  con histeria, nos alejamos de la feria con el corazón latiendo enloquecido.
Todos habíamos oído el canto de la Mujer Sirena y por tanto, de alguna forma, estábamos malditos. Cuando comentamos la experiencia cada uno le añadía su propia percepción, pero ninguno contó que la extraña sirena les hablara directamente y solo se quejaban de los feos sonidos que habían oído. Sin embargo, yo escuché una voz, alguien me habló y yo si que entregué mi alma.

           Aquella noche llegué a casa justo antes de que me echaran en falta para la cena, disimulé como pude las prisas por terminar y en cuanto pude pedí permiso para irme a la habitación; mis padres, extrañados  preguntaron si me encontraba bien pero cedieron sin insistir demasiado y cuando estuve a solas en mi espacio íntimo, saqué un cuaderno de un cajón y rebusqué hasta encontrar un bolígrafo, y sin darme cuenta, las palabras surgieron encadenando frases que llenaban lentamente las hojas de la libreta. Cumplía condena, contaba lo que había visto, explicaba lo que veía e imaginaba. Sin darme cuenta, había sido seducida por el canto de la mujer-pez para convertirme en una aficionada escritora-sirena que cuenta historias para embaucar a quien se cruza en mi camino de escritos, poesías y relatos llenos de sentimientos, intentando apropiarme de su consciencia, por lo menos mientras dura la lectura.


5 comentarios:

  1. Precioso Sandi. Me alegra que condenases tu alma para dejarnos estas cosas tan bonitas que escribes.
    Un besazo mi niña.

    ResponderEliminar
  2. ¡Es una historia preciosa! Me encanta tu modo de contar qué te dio el impulso a expresarte como lo haces, por muy ficticio que sea, me ha resultado muy sencillo imaginarlo. Jaja. Un besoo! Y gracias por hacerme hueco en la historia ;)

    ResponderEliminar
  3. ¡Gracias Varo! Me hace muchísima ilusión leer tus comentarios y me alegro de que te haya gustado :) Espero un nuevo post de tu blog :)

    ResponderEliminar
  4. ¡Gracias Raul a q! ¡Me hace mucha ilusión que te pases por mi blog! :)

    ResponderEliminar
  5. Oohhhh así que esa es la razón de escribir :P!muy buena historia... jejeje me lo imaginé todo xD! Saludoosss :)!

    ResponderEliminar