lunes, 22 de agosto de 2011

Mensaje en una botella

Aquí dejo una historia que escribí ya hace algún tiempo, "Mensaje en una botella"


“Ya han pasado más de dos meses desde que me encerraron aquí. Me resigno a perecer en este camarote del barco que por unos minutos me dio esperanzas, para luego arrebatármelas, como la vida me arrebató tu presencia. Tras unos sucios barriles de madera llenos de alcohol encontré el pergamino sobre el que escribo con un sucio trozo de carbón. Estas son mis primeras y últimas memorias, ya que no veo salida de este infierno.
Mi barco zarpó hará ya más de dos años. Desde entonces, tu rostro se fue difuminando lentamente en mi memoria, hasta que lo olvidé por completo. Tan sólo en sueños pude ver tu rizada melena dorada, pero nunca conseguí olerla otra vez. Sólo el perfume natural de tu cabello hacía sentirme seguro, pero al respirar profundamente cuando imaginaba verte, únicamente percibía el olor salado del mar. Recuerdo que la noche antes de zarpar, dormías abrazada a mí en el lecho, no querías soltarme por nada del mundo. Y luego, en el puerto al amanecer, mientras subían mi equipaje a “Cupido”, apoyaste tu cabeza en mi pecho, agarrándome de los brazos. Luego me miraste a los ojos; varias lágrimas se derramaban de los tuyos, enjuagando tu rostro. Me suplicaste que no me fuera, que me quedase contigo. Creo que en ese momento pudiste prever lo que ocurrió. Acercaste tus labios a mi oído y me susurraste algo que todavía recuerdo. Después, cerraste muy fuerte los ojos y nuestros labios se fundieron en uno.
Pocos meses después de zarpar, "Cupido" se estrelló contra unas rocas. Ni siquiera recuerdo la misión, pero debía de ser importante si tuve que abandonarte. Gran parte de mi tripulación murió en ese accidente, unos ahogados, otros aplastados. Los pocos que quedamos intentamos sobrevivir sobre un tablón de maderos del barco, pero uno a uno, fueron pereciendo, hasta que quedamos dos. No sé cuánto tiempo estuvimos a la deriva, pero al fin, una mañana, un barco apareció en el horizonte. Nos subieron a bordo, pero no nos dimos cuenta de que los tripulantes de ese navío navegaban bajo bandera pirata. A mi compañero lo asesinaron despiadadamente y lanzaron su cuerpo al mar mientras reían. No fui capaz de hacer nada, tan sólo pude llorar por él. Aún desconozco por qué a mí me dejaron con vida y me encerraron aquí. Desde ese día, no he vuelto a ver el cielo más que por los finos huecos de las maderas que forman el barco.
Me traen las sobras de la comida de estos tiranos, y con eso me alimento cada día. Más de una vez he pensado quitarme la vida para no continuar con este sufrimiento, pero mi corazón me dice que eso sería traicionarte. Ahora me parecen inútiles las palabras que juré delante del cura que nos casó, me parecen vacías de sentimiento. Yo realmente sé que te quiero, y que habría estado contigo hasta el final de nuestros días si hubiese regresado. Pero cada día que pasa es como recibir un flechazo más, porque sé que no volveré a verte en esta vida.
Resulta irónico cómo nos aferramos a vivir, cuando realmente no se le puede llamar a esto vida. Dos personas que se aman de verdad nunca deberían morir, al menos mientras su amor siga vivo. Separar a dos personas que se aman, con el peligro de que nunca vuelvan a verse debería ser delito. Es ahora cuando me doy cuenta de que aquellas historias que me contaba mi padre escondían engaño: esos cuentos inventados hablan de personas que dan la vida la una por la otra, pero ninguna acaba mal. Al final, los enamorados consiguen unirse y vivir felices, pero ninguna habla de su muerte; esas historias no están acabadas. Nunca hay un final feliz para las historias de amor, pues la Muerte consigue acabar con todo. No hay nada eterno, ni siquiera este fragmento de pergamino donde ya no tengo más espacio para relatar mis memorias. El nombre que me susurraste al oído la mañana que nos despedíamos es precioso para nuestra hija: Luna. Golpean con recelo la puerta de mi camarote, avisando de mi ejecución ante la tripulación. Nunca sabré por qué me retuvieron y no me asesinaron aquel día que me recogieron.
Sé que nunca saldrán de este barco las memorias que he escrito, sé que nunca podrás leerlas. No obstante, sueño con que al menos el  destino me otorgue ese deseo. Ojalá te bese de nuevo en otra vida, pues en esta no es posible ya.

Te amó y te quiso hasta su último aliento,
tu amor Rodrigo.”

Violeta leyó una vez más las últimas líneas de la carta que un policía local acababa de traerle desde el puerto. Éste le explicó que la habían encontrado en una botella encorchada, y que llevaba la dirección del pueblo dónde ella vivía. “Ojalá te bese de nuevo en otra vida, pues en esta no es posible ya…. Tu amor Rodrigo.” Luego, lloró desconsolada y abrazó a la niña de tres años que dormía en su regazo.




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