El grito que rompe
las cadenas que nos atan a la realidad, el fuego salvaje de nuestras entrañas,
la furia utópica de un sueño sin terminar. Es la intensidad de nuestros deseos
la que nos permite desplegar las alas y saltar al vacío, desatendiendo los consejos
de esa conciencia que parece quedarse atrás cuando ya hemos alzado el vuelo. Es
la fuerza de nuestras ilusiones la que nos empuja suavemente por la espalda, la
que nos insta a seguir avanzando, sin detenernos jamás. Y es la línea de ese
horizonte infinito la que nos motiva a continuar un camino que, tal vez, no
llegue a ninguna parte, pero que, sin duda alguna, merece la pena recorrer. Y
sentir el alma libre, alzar los brazos y alcanzar las nubes, jugar con los
colores de las tormentas, inspirar el aroma del firmamento. Y sonreír. Se
acabaron los recuerdos tormentosos, el dolor de palabras inesperadas, las
lágrimas en el silencio de la oscuridad, esa punzada de tormento en el corazón.
Porque, allá donde la luna no pueda esconderse del brillo del sol, nuestra alma
se perderá con las estrellas. Porque nuestros pies no volverán a detenerse en
el espacio entre el ayer y el mañana.
Porque somos criaturas del aire.
No hay comentarios:
Publicar un comentario